El primer corazón artificial total, implantado en 1969. (Denton Cooley, M.D., via National Museum of American History)
Hace un siglo, el científico Karl Pearson tuvo un hallazgo peculiar mientras observaba las lápidas en cementerios: los cónyuges usualmente fallecían un año después del otro.
Aunque no fue algo muy comentado en ese momento, los estudios muestran que el estrés y la desesperanza pueden afectar de manera significativa la salud, sobre todo la cardíaca. Uno de los ejemplos más claros es la miocardiopatía de takotsubo, apodada síndrome de corazón roto, en el que la muerte de una pareja, las preocupaciones financieras o algún otro evento emocional, debilita el músculo con síntomas similares a los de un infarto. El peso emocional hace que el corazón quede en una forma similar a la de una vasija japonesa llamada takotsubo: una base ancha y un cuello angosto.
Ese vínculo entre nuestras emociones y nuestra salud cardíaca es el tema del libro Heart: A History (El corazón: una historia) del doctor Sandeep Jauhar. El cardiólogo estudia la historia de la medicina cardiovascular y de los avances tecnológicos en esta, desde la operación a corazón abierta hasta el desarrollo de corazones artificiales. Aunque esas innovaciones cardíacas han sido destacables, Jauhar argumenta que los estudios cardiológicos necesitan enfocarse más en los factores emocionales que pueden tener influencia en el desarrollo de padecimientos cardíacos, como vivir en la pobreza, el estrés laboral o relaciones amorosas y familiares infelices.
“Creo que los avances tecnológicos continuarán”, dijo. “Pero la gran frontera no explorada es dedicar más recursos a revisar la intersección del corazón emocional y el corazón biológico”.
El interés de Jauhar en el tema surgió con su propia historia familiar con padecimientos cardíacos, que resultaron en la muerte de varios familiares. Cuando era niño escuchó historias como la de su abuelo, quien falleció de manera imprevista a los 57 años por un paro cardíaco tras toparse con una cobra negra en India. A Jauhar desde entonces el corazón se le hizo tanto fascinante como terrorífico, aún más cuando a él le detectaron bloqueos arteriales pese a su vida de ejercicio regular y alimentación saludable. “Me imaginaba con miedo cómo el corazón era el verdugo de los hombres en su plenitud”, dijo.
Una computadora portátil monitorea la función cardíaca de un paciente mientras realiza una prueba de esfuerzo. (Michael Holahan/The Augusta Chronicle vía AP)
El corazón es tanto una máquina biológica relativamente sencilla como un órgano vital que muchas culturas piensan alberga el alma. Es símbolo de romance, de tristeza, sinceridad, temor y hasta de valentía. El corazón, cuyo nombre proviene del latín cor, es una bomba que hace circular la sangre; el único órgano que puede propulsarse solo, con un promedio de tres mil millones de pulsos durante la vida de una persona y con la capacidad para vaciar el contenido de una piscina en el plazo de una semana.
En el libro, Jauhar cuenta la historia de los primeros doctores intrépidos que fueron pioneros de las operaciones cardiovasculares a finales del siglo XIX, que empezaron a usar hilo y aguja para reparar heridas antes de rápidamente suturar para evitar que el paciente se desangrara. Otros procedimientos más complicados requirieron del desarrollo de maquinaria especializada; los cirujanos necesitaban un aparato que pudiera hacer el trabajo del corazón de modo que pudieran detener a este temporalmente para reparar cuestiones más complicadas, como defectos congénitos y problemas crónicos.
El doctor C. Walton Lillehei desarrolló la circulación cruzada controlada, procedimiento en el que el paciente era conectado a una segunda persona cuyo corazón y pulmones bombeaban y oxigenaban la sangre durante intervenciones largas (Lillehei practicó con perros antes de usarlo en humanos, en 1954).
Algunos de los pacientes de Lillehei sobrevivieron; otros desarrollaron infecciones y diversas complicaciones. Pero su trabajo permitió el invento de la máquina de corazón-pulmón, o aparato de bomba extracorpórea, que hoy se usa en más de un millón de operaciones mundiales cada año. Desde entonces han surgido muchos más procedimientos, como el bypass y aparatos que se implantan.
Es decir, la medicina cardiovascular se ha desarrollado precipitadamente, aunque hoy en día no hay suficientes estudios sobre el papel que tiene la salud emocional, a decir de Jauhar. El médico habla sobre el primer gran estudio, el Framingham, realizado en Estados Unidos desde 1948. Con este se logró identificar factores de riesgo importantes como el nivel de colesterol, la presión sanguínea y el fumar. Los investigadores consideraron en un inicio revisar determinantes psicosociales, pero al final se enfocaron en cuestiones más fáciles de medir.
“De ahí salieron los factores de riesgo que conocemos y tratamos”, dijo Jauhar. “Lo que eliminaron del estilo fueron los temas de disfunción emocional o salud en pareja”.
Eso fue un error, asegura el doctor. Desde entonces otros estudios aparte han demostrado que la gente que se siente aislada o padece estrés crónico debido al trabajo o sus relaciones es más propensa a tener paros cardíacos y apoplejías. Jauhar ahora insta a las autoridades de salud a que tomen en cuenta el estrés emocional como un factor de riesgo en las cardiopatías. Sin embargo, es más sencillo enfocarse en el colesterol.
De hecho, algunos estudios señalan que los médicos les dan un promedio de once segundos a sus pacientes para que expliquen por qué están en consulta antes de interrumpirlos. Desde que escribió el libro, Jauhar ha valorado más que los pacientes puedan hablar sobre los temas que los aquejan para entender mejor sus vidas emocionales. También ha intentado impulsar nuevos hábitos para reducir el estrés, como el yoga y la meditación. Él se ejercita diariamente, pasa más tiempo con sus hijos y se relaciona más con sus pacientes desde que descubrió su propio padecimiento cardíaco.
“Estaba tan enfocado en la competencia por logros que en realidad me estaba poniendo a mí mismo en una posición de mucho estrés”, dijo. “Ahora pienso en cómo vivir de manera un poco más saludable, de estar más relajado. También tengo mejores vínculos con mis pacientes y con sus temores sobre su corazón”.
Por Anahad O’Connor
c.2018 New York Times News Service
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