Después de recibir un órgano, algunos receptores de trasplantes sufren cambios en su carácter, en sus gustos y en sus aficiones. A veces, incluso, protagonizan recuerdos que no les pertenecen, sueños con sus donantes y otras inquietantes experiencias, para las cuales se han formulado varias teorías. ¿En qué consiste este misterioso fenómeno?

Garantizar la vida de un ser humano gracias a la sustitución de uno de sus órganos dañado irreversiblemente por otro sano extraído de un individuo –muerto o vivo– representa ciertamente uno de los aspectos más fascinantes de la ciencia médica, tanto por lo que supone de hazaña terapéutica como por su significado y sus repercusiones en el conocimiento de nuestro universo biológico. Desde que el 23 de diciembre de 1954 el doctor Joseph Murray y el equipo médico del Peter Bent Brigham Hospital de Boston (EE.UU.) realizaran el primer trasplante de riñón con éxito, centenares de miles de personas se han beneficiado de esta técnica. El Registro Mundial de Trasplantes cifró en 94.500 los trasplantes de órganos sólidos efectuados en 2007 en los 98 países de todo el mundo de los que se obtienen datos. En nuestro país –líder mundial en cuanto a donaciones– el año pasado se realizaron 3.945 trasplantes. Los más comunes son los de corazón, pulmón, hígado, riñón, intestino delgado y páncreas –ciertamente, los órganos más necesarios–, aunque gracias a los enormes avances de las técnicas quirúrgicas y la introducción de nuevos fármacos para evitar el rechazo se pueden trasplantar todos los órganos del cuerpo a excepción del cerebro, dada la imposibilidad de conectarlo a la médula espinal del receptor.

¿ALGO MÁS QUE TRASPLANTES?

En los últimos años hemos asistido a trasplantes de manos, cara, lengua e incluso, en septiembre de 2005, un equipo de cirujanos chinos del Hospital General de Guangzhou, dirigidos por el doctor Hu Weilie, trasplantó con éxito el pene de un joven de 22 años, fallecido a consecuencia de un accidente de tráfico, a un hombre de 44 cuyo miembro había resultado seriamente dañado en un accidente (ver recuadro en la pág. 91). Aunque se han realizado innumerables trabajos sobre las complicaciones médicas y quirúrgicas de los trasplantes, los aspectos psicológicos y psiquiátricos de estos pacientes han sido menos estudiados. Uno de ellos son las curiosas sensaciones que refieren algunos receptores de trasplantes que afirman haber experimentado cambios en su personalidad, en sus gustos culinarios, musicales, aficiones y hasta en sus preferencias sexuales. Cambios que coinciden con la forma de ser y con los hobbies de los donantes. Sostienen incluso que pueden recordar detalles de las vidas de estos últimos. Parece como si junto con el órgano de otro sujeto les fueran trasplantados, de alguna forma, aspectos de la personalidad del donante relacionados con sus recuerdos. Tal vez una parte de esa abstracción que llamamos “alma”. Estas historias han sido popularizadas por libros como El código del corazón (The Heart’s Code, 1998), de Paul Pearsall, o Baile de corazones (A Change of Heart, 1997), de Claire Sylvia (MÁS ALLÁ, 226), en el que Sylvia recogía su propia experiencia tras haber sido trasplantada de corazón y pulmones en 1988. En esta última obra se basó la película El corazón de un extraño
(Heart of a Stranger, 2002). Asimismo, en 2003 Discovery Health Channel produjo el documental Transplanting Memories? (¿Trasplantando memorias?), que abordaba este tipo de experiencias.

FANTASÍAS CON LOS DONANTES

La divulgación de este curioso fenómeno ha dado origen a diferentes teorías que intentan ofrecer una explicación a estos sorprendentes casos. Los más racionalistas opinan que, a pesar de las estrictas normas de confidencialidad que se establecen alrededor de la identidad del donante, es bastante posible que el receptor llegue a conocer algunos datos de la persona a la que debe la vida. Podría escuchar conversaciones entre el personal sanitario mientras despertara de su anestesia o durante su convalecencia en el hospital. En esta clase de pacientes son frecuentes los trastornos psicológicos motivados tanto por la propia enfermedad crónica como por la angustiosa fase de espera del órgano. Incluso, una vez realizada la intervención, pueden presentarse conflictos ambivalentes que oscilan entre el miedo y la esperanza, la dependencia y la independencia. En estas circunstancias, los trasplantados pueden fantasear con las características físicas y psicológicas del donante (su edad, su género, su raza, sus gustos musicales, sus estudios…) y estas fantasías podrían activar sentimientos de culpa porque otra persona ha muerto para que ellos puedan vivir. Conocer alguno de estos datos puede hacer que adopten aspectos de la personalidad del donante en un intento de “devolver” algo de lo que se sienten deudores; de conseguir, de alguna forma, que quien los ha salvado siga viviendo. Otro aspecto a considerar son los efectos secundarios de la medicación inmunosupresora que estos pacientes deben tomar de por vida. Las células de cada individuo presentan una serie de moléculas en su membrana que las hace únicas y que se conocen como HLA (del inglés Human Leucocyte Antigen, o Antígeno
Leucocitario Humano). Cuando se realiza un trasplante el sistema inmunitario del receptor identifica las moléculas de las células del nuevo órgano como algo extraño y desencadena una respuesta inmune que da lugar a su inflamación y a la destrucción de los tejidos. Es lo que se conoce como el “rechazo”. Para evitarlo, se administran fármacos que intentan reducir lo máximo posible la respuesta inmunitaria del receptor, pero que también pueden tener efectos en el sistema nervioso central. Los corticoides pueden provocar trastornos psicológicos que van desde la ansiedad, la irritabilidad y la pérdida de memoria y de concentración hasta cuadros graves, como delirios o síndromes esquizoides. Asimismo, la ciclosporina y el tacrólimus pueden provocar en un 5% de los pacientes cuadros psicóticos o alucinaciones. Ello se podría sumar a cierto temor –conocido por los profesionales– que los receptores y los futuros receptores de órganos muestran ante la posibilidad de asumir características de los donantes muertos e incluso de convertirse en “cárcel” de los espíritus de quienes no estaban preparados para abandonar repentinamente su cuerpo.